
Siguiendo el ejemplo de Lucía, profesora del blog Las TIC en Plástica, me uno a la propuesta de un grupo de excelentes profesores que consideran que es de justicia que la labor que realizan con las TIC sea reconocida como mérito cuando dichos profesores optan a un empleo docente o desean progresar en su carrera profesional.
En todas esas situaciones laborales existen unos baremos que deben medir la idoneidad de los candidatos y candidatas a los puestos de trabajo. El problema se produce porque dichos baremos están obsoletos, acartonados, envejecidos, y son ajenos al trabajo que desempeña el profesorado más innovador. Lo que verdaderamente puntúa son los cursillos, las titulaciones extras y en algunas ocasiones los grupos de trabajo.
La lechuza de Minerva se solidariza con el relato de la profesora Lourdes Domenech, a quien se le denegó su acceso a cátedra en circunstancias bastante sospechosas. Estas cosas pasan, y aún otras peores. Al final lo más conveniente parece ser intentar ajustarse al perfil de los baremos existentes haciendo exactamente lo que ellos piden. Es más rápido y seguro.
Pero en el Día de Internet los profesores y profesoras que trabajan con las TIC no dejan de sorprenderse al saber que la nueva ley educativa les exige trabajar con las TIC, mencionarlas en sus programaciones didácticas, desarrollar competencias digitales en su alumnado y actualizarse permanentemente, pero después no existe modo alguno de que ese trabajo sea valorado más allá de una palmadita en la espalda o unas bonitas palabras. Eso con suerte, porque hay ocasiones en las que toca soportar el chiste de turno: ¿Filosofía con un ordenador? ¿Para qué haces eso? Buah, si a los alumnos/as les da igual todo…
En estos casos nada mejor que seguir la recomendación de la filósofa Simone de Beauvoir y continuar eligiendo el proyecto que nos hemos planteado. No escuchemos a los Cineas, empecinémonos en nuestro quehacer, con puntos o sin ellos, con baremos o al margen de ellos. Lo que tenga que llegar, llegará:
Plutarco cuenta que un día Pirro hacía proyectos de conquista: “Primero vamos a Grecia”, decía. “¿Y después?”, le pregunta Cineas. “Pasaremos al Asia, conquistaremos Asia Menor, Arabia”. “¿Y después?” “Iremos hasta las Indias”. “¿Y después de las Indias?” “¡Ah!”, dice Pirro, “descansaré”. “¿Por qué no descansar entonces, inmediatamente?”, le dice Cineas. Cineas parece sabio. ¿Para qué partir si es para volver? ¿A qué comenzar si hay que detenerse? (…) (Pero) en tanto que permanezca viva, es en vano que Cineas me hostigue diciéndome: “¿Y después? ¿Para qué?” A pesar de todo, el corazón late, la mano se tiende, nuevos proyectos nacen y me impulsan adelante. Los sabios han querido ver en ese empecinamiento el signo de la irremediable locura de los hombres: pero una perversión tan esencial, ¿puede ser aun llamada perversión? ¿Dónde encontraremos la verdad del hombre, si no es en él mismo? La reflexión no puede detener el impulso de nuestra espontaneidad. SIMONE DE BEAUVOIR: ¿Para qué la acción?
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